Hacia 1860 la ciencia ocupaba un papel importante en el sistema educativo y científico del país. Las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda impulsaron un conjunto de instituciones: el Departamento de Ciencias Exactas (1865), la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Buenos Aires, la Sociedad Científica Argentina, y el Museo de Buenos Aires, entre otras. No obstante, hacia 1890 este impulso se frenó produciéndose un estancamiento en lo referente a las ciencias puras, visible en el retraso de estas instituciones.
En este marco, el sistema educativo le dio un lugar importante a las ciencias físicas y naturales. Sin embargo, la enseñanza de las matemáticas jugaba un papel menos relevante ya que el método matemático (lógico – deductivo) era diferente al paradigma inductivo predominante en la educación. Se pensaba que en las matemáticas el aprendizaje debía partir de lo concreto y a partir de allí avanzar sobre el nivel abstracto, enfatizándose su utilidad en la vida cotidiana.
Según la comisión integrada por Luis Huergo, Francisco Canale, Juan F. Sarhy y Eleodoro Calderón (1887), los textos de matemáticas debían transmitir conocimientos actualizados y apropiados, tener un método inductivo, una organización interna clara y ser atractivos para los niños. (Código de Instrucción Primaria, 1890, p. 667)
El sistema buscaba que los niños pudieran manejar las operaciones necesarias para el trabajo y la vida; por ello insistía en el cálculo mental. A juicio de esta comisión, había sólo un libro de matemáticas aceptable para el uso escolar: el de Lyssenne. En los siguientes concursos se fueron agregando otros textos: Aritmética de Robinson, Geometría inventiva de Spenser, Geomería de Paula Bert y Aritmética y Geomería de Veintejoux.
Unos años más adelante, se comenzó a desestimar el uso del libro de matemáticas en el nivel primario. José María Gutiérrez sostuvo que era completamente inútil. Pero esta opinión no se refería exclusivamente a las matemáticas, ya que se creía que con frecuencia el libro de texto reemplazaba la lección preparada por el maestro, con su necesaria cuota de observación e interacción con los alumnos, y que, por lo tanto, conducía al aprendizaje estandarizado y al uso de la memorización que terminaban por distanciar al alumno de la escuela.
La preocupación por la enseñanza de las matemáticas nunca fue tan importante como la referida a la lectura. El impulso dado a las matemáticas en 1860 decayó unas décadas después. A partir de entonces y durante mucho tiempo las matemáticas fueron concebidas como un conocimiento utilitario que como un medio para la formación del pensamiento lógico.