Una muestra virtual que explora seis de las múltiples facetas del escritor y que acompañó a la exposición realizada en la BNM en la que se exhibieron objetos, manuscritos, colecciones, vestuarios de época y registros multimediales.[...]
Debe su nombre, "El hacedor", a la acción intelectual y pública de Lugones que motivaron su constante desvelo: el cambiar, el hacer.
Este hombre, producto del llamado “entresiglos” (1874-1938), tamizó toda su interdisciplinaria lectura en posibilidad de cambios reales a través de la acción individual y la gestión pública, posicionado desde sus ondulantes perspectivas ideológicas, que parecen ser más sufridas que interesadas.
En la vida de Lugones se ven encarnados procesos de cambio profundos de la sociedad argentina de la primera mitad de siglo. Es un hombre que se fundió con su patria. Sus innovaciones literarias y pedagógicas dejaron una marca indeleble en nuestra tierra. Volver a Lugones es una necesidad hoy, a ochenta años de su muerte, para pensar, dialogar y discutir cuál es el país que queremos hacer.
El hacedor hace también un juego semántico con la obra escrita por Jorge Luis Borges, en donde se ve la reconciliación literaria con Lugones en la que lo eleva a padre de la literatura argentina. Esta relación se ve abordada en la exposición "Borges y Lugones: el falso discípulo" que se llevó a cabo en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, como parte de este homenaje conjunto que la BNM y la BNMM realizaron a uno de los más grandes escritores argentinos.
“...El maestro no forma la razón del niño. Su misión consiste en ayudarla a despertarse (...) La autoridad del maestro resultará, entonces, del saber y del raciocinio. Tanto mayor la tendrá cuanto sea más sabio y más acertado en la comunicación de su saber...”(L. Lugones, Didáctica, 1910)
Lugones creció entre las postrimerías del siglo XIX y los albores del XX. En su contexto, convive la pulsión científica con una sensación de pérdida de contacto con una metafísica trascendente.
Como miembro de la Sociedad Teosófica Argentina, Lugones encontró vías de desarrollo para sus inquietudes espirituales.
Su interés por las religiones, creencias y mitologías remotas forman parte de su acervo bibliográfico. La ciencia y el ocultismo eran, así, dos formas no excluyentes de acceder al conocimiento.
Lugones hizo convivir de manera no traumática el paganismo, los dioses olímpicos, los desarrollos científicos de Einstein y las sutilezas filosóficas de Bergson.
Este clima de fin de siglo permite leer buena parte de la obra lugoniana, las tensiones y contradicciones que lo atraviesan entre un ideal siempre esquivo y un mundo concreto que lo hace recorrer todo el arco ideológico. En esas dificultades también encontramos en Lugones a un contemporáneo, un hombre desgarrado por la imposibilidad de encontrar una guía clara en tiempos turbulentos. Esa oscuridad es también parte de Las fuerzas extrañas donde talla los elementos sobrenaturales con la misma intensidad que los científicos, donde lo bíblico es referencia de cuentos como El origen del diluvio y La estatua de sal. Buscar una puerta para otros mundos, aunque sea desde éste, parece ser una de las pasiones que atraviesa la tumultuosa vida de Leopoldo Lugones.
El Modernismo, movimiento literario encabezado por Rubén Darío (1867-1916), fue una vanguardia consciente de su misión de independizar las letras castellanas de los modelos españoles. Lugones traba relación con Darío el mismo año en que el nicaragüense da a la imprenta Prosas profanas (1896), libro señero de todo el movimiento.
Separarse del yugo español para escribir y renovar los temas, los metros y la forma de escritura con un sentido latinoamericano propio fue uno de los mayores logros de Darío y encontró en Leopoldo Lugones un defensor férreo de estas innovaciones. Las novedades modernistas son adoptadas por Lugones en sus primeros poemarios y, desde allí, se transforma en uno de los generadores de una literatura nacional y continental que amplía el parnaso castellano.
Darío y Lugones trabajaron en conjunto, prologando sus obras y divulgando sus hallazgos. Sus poemas y cuentos tuvieron enorme influencia en la Argentina y en el extranjero, siendo parte de un complejo programa estético que permitió generar también una discusión hacia adentro de la literatura argentina todavía embrionaria.
Políticamente Lugones pasó por todo el arco ideológico. Desde la defensa de ideales socialistas y anarquistas en su juventud hasta sostener, en un discurso por el centenario de la batalla de Ayacucho de 1924 ante el ministro de Guerra Agustín P. Justo, que el ejército es “la última aristocracia” y que sólo la virtud militar realiza “la vida superior”.
Su llamado a “la hora de la espada” cimentaría, también, el fatídico historial de golpes militares que la Argentina experimentaría a lo largo del siglo XX. Estas proclamas antipopulares y militaristas de Lugones a menudo han velado otras zonas, infinitamente valiosas, de su producción. Hombre de su época, el poeta vivió también estas contradicciones. Dijo Jorge Luis Borges:
“Le han reprochado sus veleidades políticas, pero ser anarquista hacia mil ochocientos noventa y tantos, partidario de los aliados en 1914 y fascista por los años treinta corresponde a las diversas sinceridades de un hombre a quien le interesa un mismo problema y que da, a lo largo del tiempo, con soluciones contradictorias”.
Lugones provenía de familia militar. Su miopía le impidió ser soldado pero se impuso una férrea disciplina ética y un llamado constante a la acción. Sus pasiones profundas, en varias ocasiones injustificables, lo llevaron a habitar los extremos. Esta dualidad y su capacidad de mezclar el refinamiento y la brutalidad dan también un halo único a su trabajo.
“Lo que aquella tarde me cambió la vida,
dejándola a la otra para siempre atada,
fue una joven dulce de vestido verde,
que con dulce asombro me miró callada”(L. Lugones, Poema dedicado a Aglaura)
Emilia Cadelago, alumna de Letras, acudió a la Biblioteca Nacional de Maestros a buscar un ejemplar de Lunario Sentimental. Lo recibió del mismo Lugones en la Sección Infantil y nació allí una pasión arrolladora que despertó a un Leopoldo abatido que a los 50 años deseaba conocer otra vez el amor.
Lugones había publicado El libro fiel pero las poesías dedicadas a su mujer no albergaban lirios ni gacelas, nardos ni palomas. Su esposa pertenecía a un reino terrenal, cómodo y fraterno. Emilia personificaba la diosa helénica de la brillantez, Aglaura, musa capaz de llevarlo a un mundo donde sus rimas, prosas e ideas confluirían en un amor sin límites. Un amor consumado entre ritos de cintas y sangre, en paseos citadinos y caricias en su despacho.
Las misivas cruzaban la entrada de la biblioteca en las manos secretas de cupidos bibliotecarios. Forzado a elegir entre el amor y el honor, Lugones volvió a morir, esta vez por mano propia. Emilia calló su vida hasta el día de su muerte.
En 1916 la BNM trasciende su función de biblioteca pública para profesores y crea la Sección Infantil. Esta iniciativa de Lugones, de fomentar niños-lectores, no fue la primera ya que durante su juventud, junto a Payró fundó la Biblioteca Obrera donde se invitaba a los hijos de los asistentes a incursionar en el maravilloso mundo de la lectura. Ese mismo modelo fue el que generó en el Consejo Nacional de Educación.
“La lectura es el vehículo de toda ciencia, y claro está que debe andar corriente para que aquella venga sin tropiezo al espíritu. Leer mal, es estudiar mal y aprender mal, o no hacerlo absolutamente. Lee bien el que sabe lo que va diciendo y lo hace comprender de corrido a quienes escuchan. El arte, o sea la interpretación pintoresca de la lectura, viene después, si acaso viene.”