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En la BNM contamos con una parte importante de la biblioteca que perteneció a la poetisa argentina Alejandra Pizarnik (otra parte está en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno). Se trata de los libros que Pizarnik adquirió, leyó, marcó, y que la marcaron a ella. Con su biblioteca a cuestas se mudó de Buenos Aires a París cuando era muy joven para más tarde, tras estudiar letras en la Sorbona, regresar a Buenos Aires. Allí conoció a Silvina Ocampo, escritora de  renombre proveniente de una familia de la aristocracia local.

Silvina Ocampo, treinta y tres años mayor que Pizarnik, fue una  escritora fundamental de nuestra historia. Mientras estuvo casada  con Adolfo Bioy Casares desarrolló una relación muy cercana e  íntima con Pizarnik que es posible seguir en su correspondencia, pero también en las dedicatorias de sus libros. Un ejemplar del libro de cuentos de Ocampo Los días de la noche que se conserva en la  BNM está particularmente intervenido por su lectora, además de contar con varias dedicatorias de Ocampo y de Pizarnik. En la primera página del libro Pizarnik escribió en cursiva y marcador verde: “nadie te comprende Silvina, se esconden para no ver”.  Era su forma de señalar la  cercanía espiritual que las unía.

Un pasaje del cuento que abre el volumen de Ocampo, titulado  “Animales hombres enredaderas”, dice:

“Soñé que decía: ¿Dónde estarán aquellos ojos que tanto me miraban? ¿Qué beberán? Hay personas que son manos, otras bocas, otras cabellera, otras pecho donde uno se recuesta, otras cuello, otras ojos, nada más que ojos. Como ella”.

Este bello pasaje replica uno de los temas que aparecen  constantemente en la poesía de su amiga Pizarnik: lo corporal. Quizás por influencia de la literatura de Antonin Artaud, a quien tradujo al castellano, pero sobre todo gracias a su minuciosa y perspicaz mirada, la escritora despliega en su obra toda una cartografía del cuerpo humano. Verso a verso, Pizarnik repasa y recorre cada rincón del cuerpo humano con un estilo oscuro y delicado.

La incomprensión y lo corporal aparecen en otro poema de Pizarnik, que titula “El deseo de la palabra”:

“En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamás oída. ¿Y qué? Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días  y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que  cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”.

En cambio, Artaud la fascina por su claridad y su crudeza. El  torturado poeta de Marsella, inventor también del teatro de la  crueldad, suele expresarse con la violencia (diría Roberto Arlt) de un cross a la mandíbula, y esto no se le escapa a Alejandra, gran lectora  suya. En el prólogo a un volumen de sus Textos (traducidos por ella), reconoce que “leer en traducción al último Artaud es igual que mirar reproducciones de cuadros de Van Gogh. Y ello, entre otras muchas  causas, por lo corporal del lenguaje, por la impronta respiratoria del poeta, por su carencia absoluta de ambigüedad”. La inmediatez del lenguaje de Artaud se contrapone con lo incomprensible de ese  “hacer cuerpo la poesía” que Alejandra Pizarnik solo compartía con  Silvina Ocampo porque nadie más lo podría comprender.

En septiembre de este año se cumplen cincuenta de la muerte de  Alejandra Pizarnik. En la BNM estamos preparando actividades  especiales para celebrar a esta importante figura de nuestra  literatura.

La biblioteca personal de Alejandra Pizarnik y las de otras escritoras y educadoras argentinas que también han sido donadas a la  Biblioteca se encuentran en la Sala Americana.