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La Biblioteca Nacional de Maestros ha clasificado los textos literarios de Horacio Quiroga bajo el número 860[899]. El número corresponde, según la Clasificación Decimal Universal, a la literatura uruguaya. Con esto, se respeta que su nacimiento fue el 31 de diciembre de 1878, en la ciudad de Salto, junto al río Uruguay que linda con la Argentina. Si la obra de Quiroga es la de un escritor uruguayo o la de un escritor argentino es algo que puede seguir animando tertulias, sin embargo, lo que nadie duda, es que es un autor atravesado por la selva, porque fue el contacto con ese ambiente el que ha dado algunas de las características más excepcionales de su obra. Antes que argentino o uruguayo, Quiroga pertenece a la selva y la selva le pertenece a él.

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Se cuenta que Quiroga acompañó, como fotógrafo, a Leopoldo Lugones en 1903 a un viaje de expedición a las misiones jesuíticas a la provincia de Misiones. Su fascinación por esa geografía lo haría volver varias veces a ella, instalándose allí en 1908. Por sobre todos los géneros que practicó (poesía, novela, teatro), Quiroga destaca como cuentista, donde muestra un obsesivo anhelo de perfección. En ese sentido, su decálogo del perfecto cuentista mantiene absoluta vigencia y es de lectura obligatoria para todo aquel que pretenda incursionar en el arte de la escritura. Esas piezas breves y pulcras, capaces de generar terror y ternura, siguen poblando las antologías escolares e interesando a nuevos autores, deseosos de seguir su senda. Renovados lectores y nuevas lecturas nos han dado versiones fílmicas destinadas a público infantil, pero también adaptaciones teatrales, como la estupenda pieza que escribió Mauricio Kartun sobre el cuento Juan Darién y que ha sido producida por la compañía de titiriteros de la UNSAM.

Su vida estuvo signada por enormes dificultades y eventos trágicos, culminando con su suicidio al enterarse de que sufría cáncer de próstata.

Desde la Biblioteca Nacional de Maestros, atesoramos dos piezas autografiadas por el autor que constituyen parte del tesoro de nuestra colección. Una de ellas está dedicada especialmente a Lugones, ” LAS SACRIFICADAS”, CUENTO ESCÉNICO EN 4 ACTOS “publicada en 1920  en Buenos Aires  por la Cooperativa Editorial Limitada ” Buenos Aires ” y la otra es la ” REVISTA DEL SALTO”, un  “SEMANARIO DE LITERATURA Y CIENCIAS SOCIALES” publicado en Salto, Uruguay en 1899, en este caso el primer número con la introducción de Quiroga.

 

A ochenta años de su muerte, recordamos a un autor que nos interpela y emociona con su decálogo para el cuentista.

 

Decálogo del perfecto cuentista

I

Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.

II

Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia

IV

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V

No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI

Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII

No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX

No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino

X

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

Los invitamos a leer estas dos obras de nuestra biblioteca digital
Suelo natal. Buenos Aires : F. Crespillo, 1935
Cuentos de la selva. Montevideo : Claudio García, [ca. 1940]

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