Diez objetos para pensar la Independencia
La casa histórica de Tucumán se construyó en 1760. Pertenecía a una importante familia local, la de Francisca Bazán, esposa de Miguel Laguna. Era una casa con varias habitaciones, patios que las conectaban y su único ornamento eran unas columnas salomónicas ubicadas a los costados de la puerta principal.
Después de ser sede del Congreso donde se declaró la Independencia, fue alquilada para la imprenta del ejército, el servicio de Telégrafo y el Juzgado Federal. En 1869, el fotógrafo Angel Paganelli, que visitaba la ciudad de San Miguel de Tucumán, registró el deterioro del edificio a solicitud de un grupo de vecinos para llamar la atención de las autoridades en pos de la conservación.
En 1904, el gobierno la restauró pero debido a su pésimo estado tuvo que demoler gran parte de la vieja casa. La única parte que fue salvada fue el Salón de la Jura de la Independencia. La reconstrucción intentó ajustarse al máximo en cada detalle del edificio original utilizando, incluso, los mismos tipos de ladrillos, tejas y baldosas.
En 1941 fue declarada monumento histórico. En 1947, el presidente Juan Domingo Perón declaró allí la Independencia económica de la Argentina, con motivo de la cancelación total de la deuda externa del país. Actualmente funciona como museo y es centro tradicional de los festejos por la Declaración de la Independencia.
Mientras preparaba en Cuyo al Ejército que cruzaría Los Andes, San Martín se mostraba impaciente para que el Congreso reunido en Tucumán proclamara la Independencia. En una de las cartas que mantiene con uno de los congresales, el representante de Cuyo Tomás Godoy Cruz, escribía: "¿Hasta cuándo esperamos para declarar la Independencia? ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al Soberano de quien en el día se cree dependemos?". Y concluía: " Veamos claro, mi amigo, si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo este la Soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir a Fernandito".
El contexto era sumamente complejo, los realistas habían recuperado amplios territorios en América, entre ellos, Chile y buena parte del Alto Perú, lo que constituía toda una amenaza para las Provincias Unidas. En Europa, se asistía a la restauración de las monarquías; en la Banda Oriental, podía constarse el avance portugués; y en el plano interno, las relaciones entre el gobierno central y el litoral estaban quebradas. Las relaciones entre Buenos Aires y provincias que participaban del Congreso no estaban exentas de tensiones.
Finalmente, el acta de la Independencia se firmó el 9 de julio de 1816, donde prevaleció una postura que representaba al mandato de la mayoría de las provincias: investir a las Provincias Unidas del "alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli". Quedaba expresamente rechazada toda fórmula intermedia que habilitara algún tipo de protectorado. Se trató, pues, de una manifestación clara, acorde con el pedido de San Martín, de declarar la Independencia absoluta de las Provincias Unidas respecto a la Corona Española y "de toda otra dominación extranjera", según la fórmula agregada a la proclama días después en las siguientes sesiones del Congreso.
Además de en español, la proclama se publicó en quechua y aymará con el fin de incorporar al proceso a los pueblos originarios.
La vida de un congresal: Pedro Ignacio de Castro Barros
EJE 1
En los inicios del Congreso de Tucumán, los diputados congresales acordaron que la presidencia del mismo fuese rotativa entre sus miembros y en mayo de 1816 le tocó el turno al representante de La Rioja, Pedro Ignacio de Castro Barros. Nacido en julio de 1777 en Chuquis, una pequeña población al norte de la capital provincial, fue sacerdote desde el año 1800. Habiéndose graduado como doctor en teología, fue rector de la Universidad de Córdoba y docente en el tradicional Colegio Monserrat. Entusiasta partidario de la revolución de mayo, integró también la Asamblea del año XVIII representando a la provincia de Buenos Aires.
Al frente del Congreso, tomó juramento a Juan Martín de Pueyrredón como Director Supremo de las Provincias Unidas en Sudamérica. En línea con la propuesta de Belgrano por una opción de gobierno que adoptara la forma de una monarquía constitucional, Castro Barros sostenía así la necesidad de consolidar la organización interna para enfrentar a los realistas de Chile y Perú. Esta propuesta buscaba reponer la figura y descendencia de los incas como autoridad central.
Enfrentado a Bernardino Rivadavia en su plan de reforma eclesiástica, funda y dirige el periódico “El Observador eclesiástico” desde cuyas páginas lo discute y enfrenta cuestionando lo que consideraba una apropiación de los bienes de la iglesia. Instalado en Chile desde el año 1844, sigue dedicado a la docencia universitaria hasta su muerte en abril de 1849.
¿Cómo se celebraban las fiestas patrias en otros momentos históricos? Hasta 1870, las fechas patrias se celebraban en la calle con festividades populares en las que se hacían carreras de sortija, el juego del palo enjabonado y espectáculos circenses. Unos años después, estas celebraciones dejaron de tener lugar en la calle y empezaron a tener su espacio en las escuelas. En 1880, un joven director de escuela, Pablo Pizzurno, decidió reunir a los alumnos en el patio de la escuela y empezar a celebrar las fechas patrias con el fin de asumir la construcción de la identidad nacional como tarea del Estado nacional. A su vez, la participación del ejército cobró mayor importancia y solemnidad en las celebraciones oficiales.
El Monitor de la Educación Común, una revista fundada por Domingo Faustino Sarmiento destinada a las autoridades escolares, publica una nota en julio de 1888 sobre la celebración del Día dela Independencia y destaca la participación de alumnas vestidas de blanco con sus gorros frigios. Las describe como batallones infantiles, “verdaderos veteranos formados a la intemperie y la lluvia, ocupando sus sitios”.
En 1880 empezó un tiempo de grandes esfuerzos para revitalizar las fiestas patrias, organizando grandes celebraciones conmemorativas. Las escuelas resultaron un escenario privilegiado de esta iniciativa para convertirse luego, adoptando la costumbre de las celebraciones escolares, en uno de los principales ámbitos de la conservación de la tradición patria.
En la época de la Independencia las escuelas eran muy diferentes a las de nuestros días: persistían algunos castigos físicos, si bien habían sido abolidos en la Asamblea del año XIII; concurrían mayoritariamente los niños de familias blancas; se impartían contenidos religiosos; y se estudiaba todo “de memoria”.
Para enseñar a leer y escribir se utilizaban unos libros llamados “silabarios”, un listado de casi todas las sílabas posibles en idioma castellano que los alumnos memorizaban, repetían una y otra vez y de poco podían ir leyendo y escribiendo. Recién después de dominar los silabarios, los alumnos pasaban a los libros de lectura.
En aquellos años, no todos tenían permitido acceder a la lectura y la escritura. Los mulatos, los gauchos, los negros, los indígenas y las mujeres no tenían ese derecho. En Catamarca, según relata un cronista de la época, se descubre que el mulato Ambrosio Millicay sabía leer y escribir y se lo castiga con en azotes en la plaza pública.
En 1810 se publicó la Cartilla o Silabario para uso de las escuelas, impreso por el independentista chileno Manuel José Gandarillas en Buenos Aires.
El cielito es una composición de música y letra que apareció en la época colonial en el Río de la Plata y que acompañó desde muy temprano las manifestaciones populares de la revolución. Eran composiciones de carácter oral que con en el tiempo pasaron a formar parte de los bailes de salón y se transmitieron a través de la escritura.
Los cielitos integran la larga historia del género gauchesco. Es una suerte de verbo pronunciado en tiempo presente: es popular, masivo, para un público no letrado. Es un género, un contenido, un lenguaje. Es una literatura y no una transcripción de un habla. Es un lenguaje que se extingue como género y reaparece más adelante a través de la música popular. En el Cielito de la Independencia el tono es de arenga a los ciudadanos para luchar por la patria y la libertad. Eran aliento para los que combatían, acentuando su intención política.
Su principal figura fue Bartolomé José Hidalgo, nacido en Montevideo, Uruguay, el 24 de agosto de 1788. Quedó huérfano desde muy chico y vivió toda su vida en la extrema pobreza. En 1811, atraído por la causa de la emancipación, se incorporó a las fuerzas que sitiaron a Montevideo. En Paysandú recibió a José Artigas, el Jefe de los Orientales, quien en una carta lo incorporó a la nómina de aquellos que facilitaron el Éxodo del Pueblo Oriental, una de las primeras manifestaciones colectivas contra el poder colonial.
Sus poemas fueron agrupados en los Cielitos y en los Diálogos patrióticos. Murió el 28 de noviembre de 1822, en la localidad bonaerense de Morón. Si bien una estatua lo recuerda en su ciudad natal, no se conoce el rostro de Hidalgo porque su figura, de alguna manera, eran “los otros” porque su lírica pertenece para siempre a la cultura popular.
El poncho tiene su origen en el imperio incaico y en las culturas indígenas de los andes. Su antecesor era una prenda usada por esas culturas en los ritos funerarios, una especie de camiseta que con el tiempo se fue transformado en pos de protegerse del frío y también para usarlo como cobija. Hay muchas referencias al poncho en las crónicas que hablan de los intercambios entre criollos e indígenas en las fronteras, donde los ponchos se permutaban por otros bienes. Las mujeres eran las encargadas de tejerlos en las rucas con telares. Los hacían con dibujos geométricos y tinturas para darles color.
Durante la época de colonia su uso se extendió entre los mestizos, los españoles y los criollos, sobre todo de sectores populares. Usaban, sobre todo, el poncho estilo vichará, de color gris o azul con una franja oscura. Muchos hombres, debido a su pobreza, usaban los ponchos sin nada abajo, de allí que se los llamara “descamisados”. Hay que tener presente que en aquella época, para comprar su ropa un jornalero tenía que trabajar durante dos meses.
El poncho que fue cambiando a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en las décadas de 1960 y 1970 esta prenda, en su versión típica salteño, se usaba tanto en peñas folklóricas como en escuelas y universidades. Actualmente, cada provincia tiene un modelo particular y distintivo. La provincia de Catamarca fue declarada por el Congreso Nacional como Capital Nacional del Poncho, por su trayectoria en la confección artesanal.
El uso de la levita, al igual que otras prácticas y modas adaptadas de Europa, formaba parte de la vestimenta acostumbrada por las clases dirigentes del período revolucionario. Esta prenda consiste en una chaqueta larga de talle ajustado, debajo de la cual se usaban camisas pegadas al cuerpo. Para uso diario estas se componían de telas gruesas, mientras que los lienzos más finos se reservaban para ocasiones especiales. Los pantalones, de tiro alto, tenían también un diseño ceñido al cuerpo. El atuendo podía estar acompañado por un bastón y un sombrero de copa alta, redondeado y de alas abarquilladas.
En un contexto social donde la vestimenta era un bien costoso, la confección de estas prendas por encargo a los pocos sastres que las producían, quedaban reservadas a familias acomodadas en condiciones de acceder a las mismas. Analizadas como signos de identificación y adscripción social, permiten realizar un abordaje de los grupos involucrados en este período, donde los colores de estas prendas podían, a la vez, mostrar la filiación política de quienes las usaban.
El uso de la levita era habitual en tertulias y reuniones que las familias de las clases altas organizaban en sus casas o salones. De las mismas participaban a sus amistades y partidarios políticos, en ocasiones de encuentros sociales, bailes, donde se escuchaba música ejecutada en los propios espacios de reunión.
En épocas de la Independencia, el carnaval era un festejo popular en el Río de la Plata. La costumbre de jugar con agua estaba muy extendida y se disputaban verdaderas batallas con harina. Tenían fuerte presencia los grupos de candombe, integrados por la población negra de origen africano. Y, además, se jugaba a la pelota y a las carreras de jinetes. La plaza era el espacio colectivo donde se desarrollaban estas celebraciones.
El viajero inglés Edmund Temple observa el carnaval de la época y lo describe así: “La principal diversión consistía en arrojar puñados de harina o almidón a los ojos desprevenidos. Todas las personas, hombres y mujeres, llevaban en sus bolsillos y esquinas de sus ponchos abundante depósito de esta munición cuyo precio aumentaba en el carnaval que se festejaba durante tres días sucesivos”.
El primer corso se efectuó en 1869 y participaban máscaras y comparsas. Con el tiempo se incorporó el desfile de carruajes. Entrado el siglo XX, muchas de las comparsas fueron desapareciendo y fueron remplazadas por las murgas. Los carnavales se sostuvieron como fiestas públicas por entidades que se organizaban en función de lazos de vecindad y territorio. El carnaval es uno de los festejos más populares de la historia: simboliza para el pueblo una expresión de júbilo, alegría e identidad.
“Al jardín de la República”, canción interpretada por Mercedes Sosa
EJES 2 y 3
Mercedes Sosa nació un 9 de julio, el Día de la Independencia, muy cerca de la casa histórica de Tucumán. Por eso su madre quiso llamarla Julia Argentina. El padre creyó que eso era exagerado y la anotó como Haydeé Mercedes. Todo el mundo la conoce como la Negra Sosa. Son muchos los que consideran que su voz, que marcó más de medio siglo de música nacional, es de alguna manera la voz de la Argentina.
Creció en Tucumán en medio de una pobreza atemperada por la calidez de una familia siempre contenedora. Cantó folklore pero también tango y rocanrol. Triunfó en América Latina y conmovió los corazones de miles de personas que no entendían ni una coma de castellano en cantidad de rincones del planeta.
Eligió su repertorio con delicadeza y profundidad. Los autores más importantes de América Latina fueron seleccionados para sus discos, casi cincuenta sin contar las recopilaciones. “Al jardín de la república”, una bella zamba compuesta por Virgilio Carmona, retrata con belleza la provincia de Tucumán.