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Domingo Faustino Sarmiento nació el 15 de febrero de 1811, en San Juan. Su vida tuvo en el desarrollo de la educación un faro irrenunciable, visto como una panacea capaz de resolver los problemas más profundos de la Argentina que se proyectaba.

Su mítica figura de educador, que apenas tuvo como instancia formal la escuela primaria, se sustenta en su impulso para dar forma a la Ley 1420, en su fundación de numerosas escuelas normales, nacionales, primarias, su impulso a las ciencias y las artes visible en obras como el Observatorio Astronómico de Córdoba y la Oficina Meteorológica, su Ley de Bibliotecas Populares, el primer censo nacional, la extensión de las redes ferroviarias y telegráficas entre otras.

En las jóvenes generaciones parecía depositar Sarmiento su esperanza de sentar las bases duraderas de un país próspero. Así reza su testamento:

“Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo a todo lo que creí bueno y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la Tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la Tierra, he escrito algo bueno entre mucho indiferente, y sin fortuna, que nunca codicié porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millares en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubiertos de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a hurtadillas”.

El lugar del saber en este plan trascendente se puede ver hasta en los planos arquitectónicos de sus escuelas. No hay escuela sarmientina que no disponga de un laboratorio, un salón de actos y una biblioteca.

En 1882, en ocasión del aniversario de la muerte de Darwin, Sarmiento daría un largo discurso en el que en un momento menciona el principio de simpatía darwinista y lo explica de la siguiente manera: “¿Sabéis que el arte del jardinero inventa flores, a su arbitrio, con hacer vivir en la opulencia plantas de flores mezquinas?”. La escuela parece ser ese lugar opulento en el que está disponible el saber experimental, la belleza y el saber libresco, allí podrán crecer los jóvenes que harán ese siempre esquivo país futuro que Sarmiento murió soñando.

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