En ciertos
momentos de la historia, la literatura asume el altísimo
deber de inventar ciudades, diseñar recorridos, bautizar.
Determinar el trazado exacto de una calle, los posibles declives,
los estados de ánimo. Es el momento en que un escritor
tiene la maravillosa oportunidad de ser Dios. Le pasó a
Charles Baudelaire en París, también al primer Borges,
volviendo de Europa con la secreta misión de inventar su
lugar natal. En este tiempo de realidades virtuales y de abrumadora
tecnología, hay que hacer un gran esfuerzo para comprender
el accionar de aquellos poetas argentinos de la década
del veinte del siglo pasado que se vieron impelidos a inventar
nuevos lenguajes que dieran cuenta de la celeridad de las transformaciones
edilicias y espirituales de una Buenos Aires que clamaba por nuevas
voces. Jorge Luis Borges, Nicolás Olivari, Raúl
González Tuñón, Baldomero Fernández
Moreno y Oliverio Girondo, recogieron el guante y escribieron
unos de los momentos más importantes de la historia de
la poesía argentina.