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Boletín
electrónico Año 3 No 16 |
Abril
2005 |
ISSN
1667-8370 |
Pizzurno
953 (C1020ACA) 4129-1272 |
Línea
gratuita: 0800-666 6293 |
Biblioteca
Nacional de Maestros |
Ministerio
de Educación, Ciencia y Tecnología |
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http://www.bnm.me.gov.ar |
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NOVEDADES |
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Acto Día Mundial del
Libro y el Derecho de Autor |
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Cuando nos
involucramos en alguna construcción institucional nacional
que con devoción y esfuerzo, tratamos que perdure y se
desarrolle en nuestro país, buceamos en el pasado para
rastrear sus orígenes y nos asombramos muchas veces con
las poderosas e innovadoras fuerzas desde donde han surgido. Esa
impronta fundacional es la que ha preservado las esencias. A pesar
de las fracturas e intervalos que nuestra historia ha sabido concebir,
encontramos fibras resistentes para volver a tejer las nuevas
versiones que se suceden. El libro argentino pertenece a esa raza
de instituciones y hoy está nuevamente consolidándose
después de 300 años de historia..
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Las primeras
ediciones de libros en lo que después va a ser territorio
argentino se llevaron a cabo a partir del año 1700 en las
misiones jesuíticas, situadas en la actual provincia de
Misiones. Cuenta Félix de Ugarteche en su obra La imprenta
argentina que, setenta años después de haber solicitado
la congregación que se le concediera una imprenta, los
padres misioneros Bautista Neumann y José Serrano, con
la colaboración de artesanos guaraníes, construyeron
la prensa y fundieron los tipos de la que fue la primera imprenta
argentina. La primera obra impresa, en el mismo año de
1700, fue un Martirologio romano.
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La segunda
imprenta establecida en el país fue la del Colegio de Monserrat
y también corresponde a la acción de los jesuitas.
La imprenta había sido pedida a España en 1764 por
el rector de la Universidad de Córdoba pero finalmente
se destinó al colegio.
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Por último,
la tercera de las grandes imprentas del período colonial
fue la de los Niños Expósitos. La fundación
de esta imprenta corresponde a una iniciativa del virrey Vértiz
de 1780 y va a mantenerse activa hasta 1825. En nuestra biblioteca
conservamos cerca de 20 obras pertenecientes a las distintas épocas
del establecimiento. Desde publicaciones periódicas como
La gazeta de Buenos Ayres o El censor o textos de gramática
o álgebra destinados a la enseñanza.
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A partir de
las ediciones fundacionales ya citadas, la biblioteca da testimonio
de los vaivenes de la sociedad argentina a lo largo de las décadas.
Tras la edición chilena de las obras de Sarmiento, vislumbramos
las guerras civiles del siglo diecinueve. Las ediciones francesas
de la generación del ochenta, suponen tanto una impronta
intelectual como una incipiente prosperidad económica.
El predominio del modernismo entre las modas literarias se adivina
en las ediciones de M. Gleizer o de Babel (Biblioteca Argentina
de Buenas Ediciones Literarias) de las obras de Leopoldo Lugones.
El voluntarismo difusor de las ediciones de Tor o Claridad sugieren
el crecimiento de las ideas socialistas. La excelencia de la universidad
pública es fácil de imaginar revisando las ediciones
de Eudeba de la década del sesenta.
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Esta breve
y caprichosa lista, a la que cualquier usuario de nuestra biblioteca
podría añadir nombres de obras y editoriales, nos
permite reconstruir una suerte de itinerario del pensamiento en
la Argentina. En cada libro podemos inferir no sólo las
condiciones de su producción material sino también,
las condiciones económicas, las preocupaciones intelectuales,
el ambiente cultural. El libro argentino es una institución
que refleja claramente las otras instituciones de su época.
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La historia
de la educación argentina también puede ser contada
por los libros– textos pedagógicos nacionales o traídos
especialmente al país con la finalidad de ser utilizados
para enseñar, producidos para ello o utilizados en esa
dirección por su contenido.
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En una concepción
amplia de texto pedagógico, se incluyen no sólo
libros pensados para facilitar el aprendizaje, sino también
otros de amplia cobertura temática, reflejo de la cultura
universal, productos exquisitos que reflejan una concepción
de época en las artes y las ciencias y que se atesoran
en las colecciones con que reviven otros tiempos, nuestros investigadores
y docentes.
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El aproximarnos
a la temática del libro argentino-desde muchas aristas
disciplinares- sin duda nos ha atraído como una fuerza
magnética hacia las bibliotecas, hacia las instituciones
que los preservan y les dan valor en el tiempo, hacia estos espacios
en que las piezas y las colecciones guardadas dan sentido a la
futura producción de conocimiento desde los autores y su
posterior concepción gráfica o digital desde la
editorial.
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Las bibliotecas
argentinas que están resurgiendo, también deben
buscar en el pasado su impronta fundacional, Moreno- Sarmiento,
mas están rezagadas en su desarrollo y prosperidad con
respecto a su socio natural, que es el libro.
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Libradas al
esfuerzo y el liderazgo de cada institución, las bibliotecas
argentinas están creciendo desde la asociación de
voluntades y la conformación de redes humanas que van sumando
puntos para concebir una gestión de la información
y el conocimiento moderna y apropiada para ciudadanos que deben
formarse para interactuar en multi-escenarios de carácter
global.
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No existe
en la Argentina un sistema nacional de información, no
hay más ley federal que la referida a las bibliotecas populares,
sólo algunas jurisdicciones conservan legislaciones sin
remozar y es incipiente la normativa municipal al respecto. Se
carece de una comisión ad-hoc que dé consenso a
la acción rectora de nuestras grandes bibliotecas –las
tres aquí presentes- para generar políticas públicas
que aseguren el acceso moderno a la información y el conocimiento
para todos los ciudadanos. Políticas públicas que
deberían también jerarquizar el estatus de estas
instituciones en sus ámbitos públicos respectivos,
asegurar su modernización y desarrollo con fondos suficientes
y constantes, y dotarlas de profesionales idóneos para
brindar servicios y productos de máxima calidad.
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Cuando la
mayoría de los países en otros continentes cuenta
ya con redes de bibliotecas conectadas a través de catálogos
estandardizados que a su vez conversan con otras bibliotecas domésticas
o extranjeras, cuando en otros países se funden las bibliotecas
nacionales en bibliotecas comunitarias virtuales que manejan interfaces
para más de 50 lenguas- como es el caso de la European
Library, cuando otras tierras se atreven a fusionar, como la Biblioteca
Nacional de Canadá con el archivo nacional de ese mismo
país, para que el ciudadano tenga el patrimonio histórico
e intelectual de su nación consolidado en una sola pantalla
de búsqueda, todavía nosotros-como algunos otros
países de la región, trabajamos en grandes kioscos
independientes-muchos con sucursales en el interior-, difundimos
pequeñas anécdotas que son acciones que deberían
ser corrientes, anónimas y normales, con grandes campañas
mediáticas, y nos prometemos construir las guías
rectoras para la política nacional de información
cada vez que nos encontramos por algún motivo circunstancial
o en una charla de café. Es más, todavía
tenemos pendiente la construcción de nuestra bibliografía
nacional, que hoy en día no exigiría ni mayor esfuerzo
ni un gran presupuesto si ya estuviéramos homogeneizados
en la producción de nuestras bases de datos.
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El crecimiento
y modernización de las instituciones bibliotecarias en
serio y respetando los estándares que se han fijado a través
de los documentos de organismos internacionales como la UNESCO
o IFLA debe estar regida por el consenso y el trabajo político
y técnico mancomunado desde nuestras bibliotecas rectoras-que
recién se han abierto paso hacia la modernidad en esta
última década. La optimización de nuestro
capital intelectual y de los fondos bibliográficos respectivos
solidificados en acciones comunes sin duplicación daría
seguramente un impulso cuántico hacia el desarrollo de
un sistema nacional que aglutinaría los distintos tipos
de unidades de información a lo largo y a lo ancho de nuestro
territorio y redes de redes ya existentes como Reciaria.
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El desarrollo
de una política bibliotecaria nacional potenciaría
el desarrollo del libro argentino-sea éste producido en
nuestro país sin discriminar la nacionalidad del autor-o
aquellos editados en el exterior escritos por autores argentinos.
Pensemos en la conservación -como dijimos- en la preservación
del pensamiento que va quedando plasmado en cada página
nacional por cada generación, y ahora también hay
que incluir los formatos multimediales y digitales. Pensemos en
el desarrollo y crecimiento de las colecciones actualizadas en
las distintas unidades de información a través de
adquisiciones constantes planificadas por sus profesionales movilizados
por los objetivos de su misión o las demandas de sus usuarios,
pensemos en las 40 redes que alberga Reciaria con más de
400 participantes, las 3000 bibliotecas populares, las redes de
bibliotecas universitarias publicas y privadas y las 40 000 bibliotecas
escolares y especializadas que están creciendo en el sistema
educativo nacional. Si ellas pudieran dar el paso al frente, en
sus salas de lectura se abrirían los libros argentinos
por los ojos curiosos de manos sin discriminaciones y flamearían
en sus catálogos virtuales, vidrieras de lujo en los anaqueles
globales de las autopistas de la información.
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El Ministerio
de Educación, Ciencia y Tecnología está aportando
escenarios apropiados y acciones tendientes a volver a jerarquizar
el rol del libro argentino en la escuela, en la práctica
diaria de la lectura desde alumnos y docentes por igual, en el
uso del libro como pieza física irremplazable para los
sentidos y el aprendizaje, evitando la monotonía gris de
la fotocopia y cambiándola por el colorido caleidoscopio
de lomos de colores que pueblan los estantes de las bibliotecas
de las escuelas, institutos de formación docente y las
universidades, fomentando al mismo tiempo la producción
de conocimiento y creación literaria y científica
nacional plasmadas en piezas forjadas por las editoriales.
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Por un lado,
están las Campañas Nacionales de Lectura y el Plan
Nacional de Lectura, y las adquisiciones de millones de volúmenes
para comenzar a poblar las bibliotecas de las escuelas, y libros
de textos para que los chicos sientan la importancia de transformarse
en los dueños y cuidadores de un libro por primera vez.
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Por otro,
la Biblioteca Nacional de Maestros, además de estar construyendo
la bibliografía nacional sobre educación y generando
escenarios de lectura y consulta in situ y virtuales para los
docentes del país, está llevando a cabo el Proyecto
BERA, (Bibliotecas Escolares y Especializadas de la Republica
Argentina), proyecto que se refiere al desarrollo de sistemas
jurisdiccionales de las bibliotecas dentro de todos los niveles
de sus sistemas educativos incluyendo los técnicos y terciarios.
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Esto incluye
la informatización de estas unidades con el software Aguapey,
la capacitación de sus responsables como facilitadores
pedagógicos de la información, la optimización
de sus espacios, la construcción de redes y consorcios,
la transferencia de tecnología organizacional y la promoción
de la lectura desescolarizada. Es decir, la construcción
de los espacios y los cuidados para albergar a libros argentinos.
La BNM también se conforma como unidad de catalogación
centralizada desde donde las bibliotecas copian en forma remota
los registros de calidad que cuentan los catálogos de la
biblioteca de Sarmiento y de Lugones, con políticas públicas
de información para la comunidad docente. Las acciones
pactadas en convenios marcos entre jurisdicciones y la nación
ya han dado muchos frutos: como ejemplo podemos mencionar los
1000 cargos de bibliotecarios escolares que estrenará la
Prov. de Buenos Aires o los 50 que ya ha puesto en marcha la provincia
de Chubut.
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No podemos
hablar de la prosperidad del libro argentino sin hablar de la
prosperidad de nuestras bibliotecas. De las bibliotecas que no
tienen ni suficientes bibliotecarios detrás de sus mostradores,
ni libros actualizados en sus estantes, ni las condiciones de
climatización ambiental para los usuarios ni para sus libros,
ni la seguridad para sus fondos, ni fondos para las acciones fundamentales.
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Podrá
haber auge en las compras domésticas individuales y en
las cifras de exportaciones, podrá haber carpetas rojas
y verdes en las ferias de libros, podrán mejorarse las
condiciones de producción y las reglas de juego impositivas
para la industria editorial, pero sin una política nacional
de información y un desarrollo moderno y sostenido de las
bibliotecas argentinas, el libro argentino, no sólo no
podrá preservar su historia para que otros futuros visionarios
buceen en los mares de sus páginas, sino que dejará
miles de metros lineales de estantes in-situ y virtuales sin poblar.
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Una acción
conjunta de la esfera pública, las editoriales y los profesionales
de la información será la que asegure un futuro
brillante al libro argentino y a las bibliotecas en conjunto,
como socios inseparables capaces de forjar un sólido capital
intelectual argentino que nos distinga como nación.
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El
público asistente al foro "El Libro argentino
y su problemática actual". |
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Hugo
Gracia Secretario de la Cámara Argentina del Libro,
Lic. Ana María Peruchena Presidenta de ABGRA, Prof.
Graciela Bar Senadora Nacional, Lic. Graciela Perrone Directora
Biblioteca Nacional de Maestros, Dra. Graciela Peiretti Directora
de la Dirección de Derechos de Autor y Carlos Pazos
Presidente de la Fundación el Libro |
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