ULRICO SCHMIDL: EL AFÁN DE NOMBRAR [1]

Loreley El Jaber

UBA / CONICET

 

“Describir es (...) trabajar en

 lo verificable y no en lo verosímil”

Philippe Hamon

 

 

El alemán Ulrico Schmidl fue uno de los tantos extranjeros que vino al Río de la Plata atraído por las leyendas de riqueza de este nuevo mundo que vaticinaban anteriores expedicionarios. Viajó con la expedición de don Pedro de Mendoza y permaneció en las Indias desde 1534 hasta 1554 cuando volvió a Alemania instado por su hermano a repatriarse de la Asunción.

En 1567 Ulrico Schmidl publica en Baviera el texto que relata sus vivencias, el cual lleva como título: Verídica descripción de varias navegaciones como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades... también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y los nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos, que nunca han sido descriptas en otras historias o crónicas, bien registradas o anotadas para utilidad pública[2].

El título original no sólo establece la modalidad elegida para el presente texto sino que también la expande en su propia enunciación;  la especificidad predice la rigurosidad del texto. El título cifra el relato y permite leer las operaciones y los conflictos que lo recorren. La clave de abordaje parece resonar en las primeras palabras: la descripción se ofrece como operador de legibilidad del texto y como garante de la veracidad del mismo.

El texto se funda, por lo tanto, en lo exhaustivo, la minucia y el detalle son delineadores de la descripción, la extensión apunta a dejar en claro la dificultad de describirlo todo: el recorte salta a la vista en los puntos suspensivos, la selección en la enumeración elegida. E inmediatamente el conflicto pronominal, la confusión que pudo significar para el lector de esta primera edición la referida lucha “entre ellos y los nuestros”. Asistimos desde el comienzo a la dificultad que supone para Ulrico Schmidl su extranjería. Si desde el título la elección pronominal parece suponer una adscripción al bando español, en el interior del texto dicha afiliación se vuelve endeble. ¿Qué lector tiene presente Ulrico? ¿Quién es el destinatario de este texto?

            Los vericuetos de la traducción se suceden sin solución de continuidad. Ulrico traduce del indígena y español al alemán y viceversa (“la localidad de Buena Esperanza que quiere decir en alemán gute Hoffnung[3]). Pero la diferencia jerárquica, dada por la traducción, que parece desaparecer en la igualdad( “Nuestra Señora de Asunción o Unser lieben Frau Himmelfahrt” (59); “ una ballena o walfisch” (137)), se reinstala ante la sustitución (“ grano turco de trigo y raíces y otras wuertzl hay en abundancia en esta tierra” (119).

Ulrico debe demostrar simultáneamente la dilación de su carácter de extranjero entre los españoles, la reafirmación de su españolidad entre los indios, así como la perduración de su carácter alemán, el cual se patenta en la lengua y en ciertas referencias , entre sus conciudadanos y futuros lectores inmediatos de su texto. El relato pone en evidencia la dificultad narrativa que esto supone, no sólo mediante la incorporación fluctuante de vocablos indígenas, muestra de su invaluable experiencia en esta tierra; sino también de vocablos alemanes, evidencia de la conservación de su filiación “nacional”.

Schmidl se esfuerza por demostrar su vasallaje al monarca español a través de su fidelidad al capitán que, según él, actúa para el bien de España, Domingo de Irala.

Así como establece una autoridad intratextual que autovalida la narración, también deja entrever la autoridad externa al texto que funciona como apoyatura de la veracidad de lo descripto. Es precisamente en el capitulo 35 durante la descripción del yacaré, el momento más fabuloso del texto, cuando Ulrico recurre a esta otra autoridad: “ Y cuando este pez o animal sopla su viento a alguno, entonces éste debe morir; pero todo esto es fábula; si fuere así, yo hubiere muerto cien veces, pues yo he comido y cazado más de tres mil de ellos. Yo no hubiere escrito este pescado si yo no hubiere visto su cuero en Munich en la casilla de tiro de mi benévolo señor duque Alberto la que él tiene en el coto.” (83)

Si el accionar de los soldados españoles (dentro de los que se incluye) para con los indios y para con Alvar Nuñez Cabeza de Vaca se halla validado en defensa de los intereses de España, la descripción desmesurada requiere una validación de otro orden, el duque alemán le otorga el conocimiento de este animal, “corrobora” el relato extraordinario de su fiel vasallo y se convierte así en testigo de su descripción.

El texto fluctúa entre ambas autoridades y, por lo tanto, entre los diferentes lectores, acomodándose a todas las condiciones de recepción posibles. Así sea un lector español o uno alemán el destinatario de su texto, Ulrico quiere demostrarle su pericia en el relato, quiere poner en evidencia su saber, un saber adquirido, transmisible y principalmente útil para cualquiera de ellos.

En Derrotero y viaje a España y las Indias, título con el que fue conocida la obra de Schmidl, la descripción como elección textual supone, en cierta forma, una puesta en escena de la postura de emisor y destinatario del texto. Como bien lo señala Philippe Hamon en Introducción al análisis de lo descriptivo, “en un texto, la descripción modifica todo el nivel en el cual va a extenderse el horizonte de expectativa del lector (...). En una narración, el lector espera contenidos que puedan deducirse en mayor o en menor medida; en una descripción espera la declinación de un surtido léxico, de un paradigma de palabras latente; en una narración espera una terminación, un terminus; en una descripción, espera términos”[4].

En efecto, el lector de la descripción espera un despliegue léxico, y el descriptor Ulrico intenta satisfacerlo cubriendo todos los flancos, mediante el sistema de analogías y de traducción. Ulrico no sólo ofrece listas sino que intenta agotarlas, pero su saber se quiebra ante la inmensurable cantidad de elementos que se ofrecen a la descripción.

“...Entre los susodichos Carios y Guaranís hallamos trigo turco o maíz y mandiotín, batatas, mandioca-poropí, mandioca-pepirá, maní, bocaja y otros alimentos más, también pescado y carne, venados, puercos del monte, avestruces, ovejas indias, conejos, gallinas y gansos y otras salvajinas las que no puedo describir todas en esta vez.” (Ib.,54)

Y si el lector espera no volver a encontrar este tipo de confesiones, el descriptor quiebra sus expectativas ante la reiteración de sus “imposibilidades”. El “no puedo describir”, enunciado por Ulrico, no llega a resquebrajar la ostentación de saber que supone de por sí la descripción ya que no es él quien establece el recorte o la selección, sino la propia realidad la que impone la ruptura entre el ojo del espectador y la pluma.. A Ulrico no le alcanzan las tres lenguas utilizadas ni su poder de traducción para poder otorgarle al lector una lista completa. No puede cancelar la descripción y sin embargo no deja de explicitarlo ya que tal enunciación, más que poner en evidencia su carencia, remarca la riqueza nominativa de este nuevo espacio.

De todos modos Ulrico se encargará de neutralizar todo resquicio de apertura textual. En principio apunta a reforzar su saber, enfatizando su lugar de enunciación.

Si la descripción está encargada -según Hamon- de neutralizar la falsedad, de provocar un efecto de verdad, Ulrico le sumará a esta cualidad propia del método elegido su marca personal : “Yo en esto he estado presente” (39); “Yo mismo lo he visto”. El efecto de realidad provocado por la descripción se ve duplicado no sólo a través del efecto de verdad que supone este sujeto de la enunciación actante en el hecho referido, sino también a través de la autoreferencia. El texto se refiere a sí mismo, se cita, y de este modo el lector anda y desanda el texto, logrando así verificar lo enunciado[5].

***

Derrotero y viaje a España y las Indias describe principalmente el obstáculo que impidió la concreción de los sueños de grandeza y riqueza del conquistador: el hambre. Ulrico muestra descarnadamente una realidad que lo aquejó por veinte años, describe cómo el alimento fue el gran objeto de búsqueda, la razón de ataque a los indios y de muerte de los cristianos.

La comida será el elemento central a describir de cada tribu con la que se establece contacto y la cantidad poseída será determinante de su fuerza. La codicia del alimento y la ferocidad del ataque a los indios, son causa y consecuencia de las acciones realizadas por los españoles.  Pero el hambre no funciona como disculpa ante la acción sino como legitimación de la misma. Ulrico intenta ofrecer un texto objetivo avalado en su carácter de extranjero, la ausencia de juicios de valor sobre la conquista pone en evidencia la condición de enunciación del texto. Ulrico no oculta nada porque no necesita hacerlo, no hay condicionamientos preestablecidos ni segundas intenciones, el texto no parece tener otra función que la de relatar su experiencia, la transparencia a la que apela apunta precisamente a lograr esta impresión en el lector .

De ahí que Schmidl se deleite en la descripción de los alimentos como si saboreara cada uno al escribirlos. Pero el hambre solo parece producir placer textual ya que la carencia impulsa a los españoles a la decadente asimilación: el cristiano se ha convertido en antropófago.

“...Aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han hurtado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto. Esto ha sucedido en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Cristi en la sobredicha ciudad de Buenos Aires”(41).

El suelo es el gran culpable, no solo sustrae el alimento sino también el agua. La degradación de la recompensa ha comenzado (“Uno [ya] no se preocupaba ni por oro ni plata ni por comida ni por otros bienes...” (115) y Ulrico ya no tiene palabras para transmitir su experiencia.  Por eso apela a la imaginación del lector: “ya no teníamos qué comer, así nuestro alimento en mayor parte no era otra cosa que miel; también aquellos, los que teníamos con nosotros, estaban muy enfermos, pues vosotros debéis saber y pensar entre vosotros mismos lo que en un viaje tan largo y mala vida llevada, uno debe experimentar... (134); por eso por primera y única vez se permite maldecir en voz alta: “No he visto en mi vida un país más malsano que éste” (92).

Un país que no le ofrece ganancias ni riquezas y que incluso lo despoja de sus bienes. Ulrico vuelve a Alemania sin nada pero logra a través de la escritura aprehender lo resistente. Ulrico decide describir las Indias y recurrir al detalle para señalarle al lector que lo real es la única trascendencia del texto. Su gesto de conquistador se funda en la elección textual que le permite darle un carácter real a su afán de propiedad. Retomando las palabras de Martín Lienhard, la escritura tiene la función de performar la toma de posesión[6].

 

Los conquistadores: vasallos rebeldes

 

“... los grandes señores son malos y bellacos;

donde pueden despojar a los pobres peones

 de lo suyo, lo hacen”

Ulrico Schmidl

 

El carácter de la conquista es complejo y contradictorio. Como bien lo señala Octavio Paz en su artículo “Conquista y colonia”, la base de dicha contradicción reside en que la conquista es simultáneamente empresa privada y hazaña personal; los intereses de la monarquía y los individuales confluyen en el viaje conquistador [7].

El enfrentamiento entre Domingo de Irala y Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, reiteradamente referido en las crónicas de la conquista del Río de la Plata, representa tal oposición.

Ante la muerte de Juan de Ayolas, Irala es proclamado por los soldados capitán general porque “trataba bien a la gente de guerra y era bienquisto por nosotros” (65). La llegada de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, con la gobernación otorgada por Su Cesárea Majestad, destituye a Irala de su cargo.

Ulrico se encarga de especificar que las órdenes dictadas por el actual capitán general producen deterioros en las relaciones que, con gran dificultad, había logrado establecer Irala con los indios. Así se explica que ante el mandato de ahorcar al indio principal Aquere, se produzca el ataque de los Carios, antiguos aliados, contra los cristianos.

 “ Y entró nuestro capitán en la tierra [de los Carios], pero no hizo mucho, pues él no era hombre para esto” (80), “era un hombre que en toda su vida había ni gobernado ni tenido un mando” (92). A diferencia de Alvar Nuñez, Irala posee un saber otorgado por la experiencia y no por la letra enviada desde España.

Ulrico recalca, por un lado, que los soldados eran enemigos del improvisado capitán general; por el otro su apoyo a Irala, jerarquizando así su propio saber y, por lo tanto, reafirmando en el interior del texto lo que pregonaba en el título: el carácter veraz de su relato.

La enemistad se reproduce en el texto y se consolida con el primer motín, con la primer orden desoída. “Él, nuestro capitán, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, nos quitó todo lo que habíamos traído con nosotros desde la tierra, a más de esto él quiso hacer colgar de un árbol a nuestro capitán Hernando Ribera. (...) Pero cuando nosotros (...) supimos esto, hicimos un gran motín con otros buenos amigos que teníamos en tierra, contra nuestro capitán Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, que él debió pensar en dejar suelto y libre a nuestro capitán Hernando Ribera y a más entregarnos lo que él a nosotros había quitado y robado” (91)[8]. La ganancia obtenida en el viaje a tierra de indios es considerada propiedad personal, Alvar Nuñez atenta contra los intereses individuales de los soldados, los cuales rinden vasallaje a Su Cesárea Majestad siempre y cuando no se vea perjudicado su rédito personal.

 La derrota que significó la conquista del Río de la Plata hizo que las pequeñas ganancias (sean brazaletes o alimentos) se sobrevaluaran y adquierieran así un valor de hecho: aquellas ganancias les pertenecían porque ellos las había conseguido. Ulrico se vale de su extranjería para catalogar tal hecho de robo, como alemán se permite poner en entredicho la autoridad española sobre sus cosas así como cuestionar la actitud de Alvar Nuñez que se perfila más como codiciosa que como leal al rey.

Hacia el final del texto opina y confirma su posición al referir las historias de Pizarro y de Ramallo. “Yo creo que si su Cesárea Majestad en propia persona hubiere tomado preso a este susodicho Gonzalo Pizarro, le hubiere perdonado la vida, porque a uno le duele cuando se instituye dueño sobre los bienes de otro” (122); “Y este Juan Ramallo no quiere estar sometido al rey de Portugal o a su lugarteniente del rey en este concepto, pues él dice y declara que él ha estado cuarenta años en esta tierra en Las Indias y la ha habitado y la ha ganado ¿por qué no ha de gobernar él la tierra como cualquier otro?” (135)[9]. Ulrico apela a la historia de Ramallo para justificar el envío de Alvar Nuñez a España y la elección de Irala como el nuevo capitán.

El  espacio habitado resquebraja las asignaciones y las lealtades, ya no se buscan riquezas y la tierra por sí misma no parece perfilarse como ganancia suficiente ante la angustiante y desesperada experiencia vivida, ni siquiera la mujer indígena parece resarcir la derrota que implica la conquista de esta tierra.

Ulrico apenas refiere el mestizaje pero no lo narra ni lo describe. La mujer indígena es un objeto más que se regala y se vende pero no se puede transportar ni exhibir como evidencia, representa la realidad de la posesión así como su futilidad.

Ulrico prueba este fruto indígena: “las mujeres son grandes amantes , según mi parecer” (85). Juega con el poder conquistador y hasta le hace un guiño al lector masculino de este texto, valiéndose de su experiencia amatoria: “Nuestro capitán hacia la media noche había perdido sus tres mozas. Tal vez él no pudo haber contentado en la misma noche a las tres juntas, pues el era un hombre viejo de 60 años; si el hubiere dejado a estas mocitas entre nosotros los peones, ellas tal vez no se hubieren escapado” (109).

Cristina Iglesia señala que la impasibilidad de su tono para referir determinados hechos cruentos  se relaciona directamente “con la legitimidad de la conquista ante sus ojos y ante la posible conciencia de sus lectores”[10]. Ulrico legitima la conquista y desde tal lugar de enunciación elige no argumentar ni describir aquello que no genere ganancia textual ni provecho en la lectura. No hay saber que exponer a este respecto, no hay rédito posible a extraer de la mezcla.

 

 



[1] El presente artículo forma parte del libro compilado por Noé Jitrik, Sesgos, cesuras y métodos, de próxima aparición (Buenos Aires, Eudeba 2005).

 

 

[2] Ricardo Rojas aporta este dato fundamental en el capítulo “Primeras crónicas del Plata”. Cfr. Rojas, Ricardo, Historia de la Literatura Argentina, Buenos Aires, Kraft, 1960, tomo III, cap. I, p. 114.

[3] Schmidl, Ulrico, Derrotero y viaje a España y las Indias, Buenos Aires, Espasa-Caple,1980, traducción: Edmundo Wernicke, p. 58. De aquí en más sólo consignaré el número de página.

[4] Hamon, Philippe, Introducción al análisis de lo descriptivo, Buenos Aires, Edicial, 1991, p. 49.

[5] Reiteradamente el texto se apoya en este tipo de estrategia discursiva para reforzar lo enunciado y poner en evidencia el manejo textual propio de quien enuncia. El texto mismo se retroalimenta y autoverifica: “...también había dejado ciento cincuenta hombres entre los Timbús, como halláis en la hoja quince y en la veinte, donde habéis sabido para qué los había dejado” (Ib.,66); “El contestó a nuestro capitán que él cumpliría esto, como lo hizo más tarde, pero diferentemente, como sabréis después” (Ib., 67).

[6] Cfr. Lienhard, Martín, La voz y su huella, La Habana, Casa de las Américas, 1989.

[7] Cfr. Paz, Octavio, Los signos en rotación y otros ensayos, España, Alianza Editorial, 1991, Cap. “Conquista y colonia”, pp. 50-73.

[8] El subrayado es mío.

[9] El subrayado es mío.

[10] Iglesia, Cristina y Schvartzman, Julio, Cautivas y misioneros. Mitos blancos de la conquista, Buenos Aires, Catálogos, 1987, p. 23.